La obediencia es una opción de la voluntad, un derivado de nuestro desarrollo intelectivo. Desde nuestra más tierna infancia se nos enseña a obedecer, educación que nos permite insertarnos socialmente y experimentar los beneficios derivados de una sana convivencia.
Las estructuras económico-político-social-espiritual que rigen nuestra vida ciudadana se benefician directa o indirectamente de dicha obediencia; por ello tienden, usualmente, a premiar o promocionar al obediente. Entre más profunda e incondicional es la obediencia, mayor es el reconociendo que recibe el obediente dentro de la estructura a que pertenece.
Siendo una virtud del intelecto y de la voluntad, no se encuentra presente en ninguna otra especie de mamíferos diferente al Homo Sapiens, por ello, los mamíferos superiores no pueden vivir en colonias ni ciudades con miles de individuos, sino que únicamente se interrelacionan en manadas que raras veces superan unas pocas decenas.
Por tanto, la obediencia nos distingue como especie. Nos permite asimismo desarrollar gobiernos funcionales y estructuras sociales colaborativas, dentro de las cuales se encuentra el legítimo ejercicio de la autoridad, ya sea esta administrativa, laboral, religiosa, social, familiar, política y militar. Pero como sucede con todos los aspectos de la vida humana, desde la perspectiva filosófica y ética, la obediencia también tiene sus límites.
Por ejemplo, la obediencia de un hijo hacia su padre es un valor humano innegable, pero el hijo no le debe obediencia a su padre cuando éste le ordena cometer un delito. El alumno no le debe obediencia a su maestro o el feligrés al sacerdote cuando éstos le ordenan someterse a sus ilegítimos impulsos sexuales. El empleado no le debe obediencia a su patrón cuando éste le ordena sorprender en alguna forma la buena fe del consumidor.
Cumplir una orden que implique una ilegalidad es tan condenable en el mundo privado como en el público. El militar no le debe obediencia a su superior jerárquico cuando éste le ordena torturar a un prisionero indefenso. Un policía no le debe obediencia a su estructura de mando cuando ésta desarrolla una política represiva a los derechos humanos en perjuicio de los ciudadanos. Los funcionarios públicos pueden negarse a ejecutar una orden que implique una ilegalidad o un acto inconstitucional.
Por tanto y en términos generales, todos estamos llamados a no ejecutar una orden cuando esta implica lesionar o violar derechos de terceros, cometer un delito, favorecer la corrupción o alterar el orden público.
Maximiliano Mojica / ElSalvador.com