Asustados y empapados, sintiendo el golpeteo de la lancha que avanza entre las agitadas aguas del Caribe, un grupo de migrantes venezolanos llega a La Miel, última aldea costera panameña antes de cruzar a Colombia para su retorno. «Es horrible», dice Roquelina Pirela, tras una peligrosa travesía de unas ocho horas por mar.
«Es un riesgo que uno no debería estar tomando. Las olas, los golpes cuando (la lancha) subía y bajaba… Es bastante fuerte», cuenta Pirela a un colaborador de AFP que acompañó al grupo en un tramo del recorrido, unos 40 minutos desde Puerto Obaldía hasta el remoto caserío de La Miel.
Desde su llegada al poder a fines de enero, Trump ha expulsado a miles de migrantes de varios países y deportado a 288 venezolanos y salvadoreños a El Salvador para ser encerrados en una cárcel de máxima seguridad porque los acusa de «criminales».
Para evitarse el trauma o mayores problemas, miles de migrantes, la gran mayoría venezolanos, desistieron de su objetivo de entrar a Estados Unidos y emprendieron el regreso a sus países, cruzando México y Centroamérica a pie y en autobuses.
Pirela, de unos 45 años, su pequeña hija y otra veintena de migrantes navegaron desde un muelle de la provincia de Colón, en el Caribe panameño.
Con esa ruta no cruzan la peligrosa selva del Darién, fronteriza con Colombia, como cuando iban meses atrás rumbo a Estados Unidos con la esperanza de una vida próspera.
«No se lo recomiendo a nadie, prefiero mil veces la selva porque el mar abierto es algo impresionante (…) es horrible, entramos en desesperación», dijo Noel Meza.
Meza contó que hubo momentos en que sintieron que la lancha «se iba a voltear». «Entramos en desesperación», agrega el venezolano de 24 años, cuyo rostro muestra quemaduras por el sol.
Con información de El Nacional y AFP